Hugo Silva-el hombre de Paco-, o cómo sobrevivir a la pérdida que más me ha dolido

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Hugo Silva es un actor con una cara reconocible para la mayoría de los espectadores spañoles,trabajo estable y proyectos internacionales. Muchos dirían tranquilamente que es un intérprete de éxito. Él, que lleva las últimas semanas pensando en la muerte, no. “El éxito es algo tan raro, ¿verdad?”, reflexiona en la cafetería de un hotel madrileño, con ese tono de entrenador de equipo infantil que ha ido adquiriendo al acercarse a los 39 años (los cumple el 10 de mayo)“Hay veces que te sientes con mucho éxito y sólo tú te ves así. Y al revés, todo el mundo te puede ver como alguien exitoso y tú estar frustrado”.


Hay muy pocas afirmaciones que se puedan hacer sobre Hugo Silva con las que él esté de acuerdo. Si se cuenta que su carrera arrancó hace once años al interpretar a Lucas en el megaéxitoLos hombres de Paco, él matiza: “Fue un golpe mediático muy potente y muy importante para mí, pero llevaba cinco años trabajando”. Si se recuerda la época en la que se intentó hacer de él un ídolo adolescente, él alerta: “Ser guapo, ser feo, qué sé yo. Habrá gente a la que yo le parezca un cuadro. Eso se usa para vender: una idea, un estilo, una revista… Lo mueve otra gente. Lo de los actores es currar y que cada uno aguante su sambenito”. Si se lamenta lo difícil que es acercarse a los 40 ante las cámaras, él difiere: “Para las chicas es difícil, pero para los chicos… Yo me veo mucho más incisivo al trabajar, más libre, menos cerebral, más intuitivo, más relajado. A lo mejor no puedo hacer papeles de veinteañero, pero es que tampoco me apetece”. Y si se llama perdedor a su personaje en Tenemos que hablar, la fábula sobre la dignidad del fracaso que tiene en cartel, sonríe: “Es extremadamente empático y con muchas ganas de cuidar a todo el mundo, todo el rato. Eso me gusta mucho”.
Más que el placer de quitarle la razón a los demás, lo que mueve a Silva es una aversión filosófica a las etiquetas: “Todos, yo incluido, tendemos mucho a etiquetar y a prejuzgar. Así nos movemos por la vida. Y me da mucha pena, no por mí ni porque se me vea de una forma o de otra, que eso ya me da un poco igual: es que se pierden muchos matices al etiquetar las cosas”. Él es más de subrayar sus aristas, de recordar que, si es de San Blas (barrio popular de Madrid), no hay por qué fingir que se es de Hollywood, y de recaer en la marcianada de responder a las preguntas como un ser humano y no como un póster.
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Hugo Silva, fotografiado para ICON con chaqueta, pantalón y corbata Adolfo Dominguez, camisa Antony Morato y zapatillas Boss. Pepo Waisman
Mostrarse humano no sólo no es la calamidad que puede parecer. A Silva le ayuda, además, en su profesión. “Los actores nos servimos del ego. Cualquiera que se suba a un escenario y disfrute, lo tiene, y bien grande, ¿eh? El que te lo niegue te está mintiendo”, ahonda. “Pero el ego te puede hacer ver cosas que no son. Te pone en una realidad que no tiene que ver con la de los demás. Hay que tener mucho cuidado con él. Por eso es importante meterte tú propio dedo en la llaga, reírte de ti mismo. Y sobre todo, pasar mucho tiempo con la gente que te quiere, la que te conoce. Tu familia, tus amigos. Ellos son los que te van a dar una imagen real de ti mismo. A ellos no les engañan los demás. Los medios te etiquetan como el guaperas de turno y cuando la gente te mira eso es lo que ves en sus ojos. Es muy difícil que no se te vaya la olla y te acabes creyendo ese gilipollas, perdón, ese chico guay que se han inventado. Por eso es tan importante estar con tu gente, que te quiere, que te desprecia, como han hecho siempre. Y ser muy accesible a los demás. Ser accesible es el primer paso para soltar un personaje público”.
Ser guapo, ser feo, qué sé yo. Habrá gente a la que yo le parezca un cuadro. Eso se usa para vender
Por eso se puede estar pasando por lo que él está pasando y no sentirse en un momento de particular éxito. Aunque protagonice Tenemos que hablar; haya rodado con éxito su primer cortometraje como director; tenga un papel puntual en el megaéxito El ministerio del tiempo; aunque esté a punto de irse a Argentina a hacer de malo enEl efecto Kosher junto a Gérard Depardieu. Para él lo que marca el momento es otro. “Hace un mes y medio se murió mi abuelo", se sincera. "Yo lo adoraba, no era uno de esos abuelos a los que ves de vez en cuando. Él me ha criado. Es la primera pérdida tan cercana que tengo en mi vida y de repente he empezado a tener conciencia de lo que tengo alrededor y algunas de esas cosas no las quería ver. Pero mis hijos tienen ya seis años [los mellizos Diego y Dario] y me exigen estar con ellos y tener la muerte y la infancia tan juntas a la vez es algo que te hace pensar. Ese es el momento de mi vida en el que me pillas. Es un poco convulso, pero es un buen momento”.