¿Acostumbrados a vivir al margen de la ley?


Opinión, por: Fabián Bosoer
Hay un hilo conductor en las noticias más destacadas y resonantes de los últimos días: las aulas que siguen vacías, los docentes que siguen en huelga, las calles colapsadas por el tránsito, el centro de la Ciudad tomado por organizaciones sociales que acampan y deambulan en procura de atención y respuestas a sus demandas. Antes, el recital multitudinario del ídolo rockero que terminó en tragedia en Olavarría. Después, la detención del intendente de Itatí en Corrientes descubierto como jefe de una red narco que involucra a la plana mayor de su gobierno.
Un país acostumbrado a vivir al margen de la ley, invocando y transgrediendo las normas, exculpando las propias responsabilidades a expensas del bien público y descuidando los espacios de convivencia, frecuentemente transformados en territorios a ocupar, o depredar. La disociación entre lo que decimos que hacemos y lo que estamos haciendo verdaderamente. La función pública utilizada como botín o camuflaje para negocios espurios. El ritual colectivo de juntarse o participar de una multitud, sea para protestar o para celebrar, para defender una causa o para escuchar un concierto, transformado en un descontrol masivo ante la mirada atónita o impotente de quienes deberían tomar recaudos para evitar esos desbordes.
Hace 25 años el jurista argentino Carlos Nino lo describió en su libro “Un país al margen de la ley”. Allí advirtió sobre uno de los componentes del subdesarrollo argentino: la inobservancia reiterada de las leyes por parte de los ciudadanos y de su dirigencia. Una sociedad que vive en la ilegalidad, decía Nino, paga altos costos, individuales y colectivos. A 25 años, como se recordó en estos días, seguimos sufriendo esos costos de diversas maneras. En los eventos masivos, como partidos de fútbol o recitales, estos problemas se reflejan con nitidez, cuando se reivindica la ilegalidad y la descoordinación como atributos de coraje o idealismo, tomándolas como parte de la mística de un espectáculo.
Otro ejemplo lo dan los números sobre accidentes de tránsito. Un informe del Instituto de Seguridad Vial (ISEV) señala que creció un 25% la mortalidad vial comparando el mes de febrero de este año con el del año pasado. Cada vez hay más vehículos en las calles y rutas del país, pero los controles y la prevención no están a la altura de las circunstancias. El fenómeno se puede atribuir a la ampliación del parque automotor, pero también a una cultura de la irresponsabilidad y a la falta de conciencia de la peligrosidad que implica estar frente al volante.
También lo explican en su libro “Argentina, una sociedad anómica” (Eudeba), los politólogos Daniel Zovatto y Eduardo Fidanza y el constitucionalista Antonio Hernández a partir de una serie de estudios sobre la percepción que tenemos de nosotros mismos. Un 80 % de los entrevistados considera que nuestro país funciona la mayor parte del tiempo fuera de la ley; un 83 %, que los argentinos “somos desobedientes y transgresores” y un 34 % afirma que están dispuestos a desobedecer la ley si es necesario para ellos. Se da la paradoja, por otro lado, de que existe una alta valoración de la Constitución (alcanza el 91 %) y el respeto a la ley aparece como un objetivo fundamental. Pero aunque los argentinos valoramos y apoyamos la democracia, hay una elevada desconfianza en las instituciones y en particular, en los partidos políticos, los gremios, la policía, el Congreso y el Poder Judicial.
En este sentido, un 63 % sostiene que no existe la igualdad ante la ley y a la pregunta “¿Por qué cree que se incumplen las leyes?”, un 33% responde que ello se debe al mal funcionamiento del sistema judicial, seguido por un 30% que lo atribuye al mal comportamiento de las personas y un 17% debido al mal funcionamiento del sistema de castigos, como opiniones mayoritarias.
Estas percepciones muestran que los cambio no sólo deben venir “de arriba hacia abajo”, sino también “de abajo hacia arriba” en algunos aspectos éticos, culturales, educativos e institucionales del país. La debilidad del compromiso con las normas y las leyes, una elevada percepción de desigualdad ante la ley y una democracia de baja calidad, afectada por la pronunciada falta de confianza en las instituciones, requiere contrapesos. Porque no somos sólo eso. Podemos ser mejores que eso. No alcanza sólo con la queja, con indignarnos frente a conductas y acciones que solemos apañar o justificar si no nos afectan directamente. Hay también ejemplos cotidianos de que la trama social responde favorablemente, aún en el conflicto y con el disenso, cuando recibe incentivos positivos. Entre ellos, una persistente búsqueda del diálogo y la búsqueda de soluciones conjuntas.

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