Blas, el héroe de la cuadra




Resistió el ataque de 80 personas que intentaron saquear su minimercado

ROSARIO- A Blas Contreras todos en el barrio le dicen Leo. A su mujer, Chien Xiaxiu, hasta su marido le dice Karina. Ambos, boliviano él, china ella, llegaron desde Buenos hace casi dos años, convencidos de que un almacén podía ser en esta ciudad un buen negocio. Y lo fue. Por lo menos hasta la tarde del viernes, cuando unas 80 personas intentaron saquearlo.
Ocurrió durante las horas más dramáticas de la seguidilla de incidentes que terminó con dos personas muertas, heridos y detenidos, después de las 48 horas de tensión que sufrió esta ciudad.
Viernes a la tarde. Sol fuerte, pero soportable. Antes de que una avalancha de gente avanzara sobre el local de Ovidio Lagos al 4400, y mientras volaban palos y botellas, Contreras resistió a palazos y alcanzó a cerrar la reja y a llamar al Comando Radioeléctrico. Llegó a haber cinco patrulleros frente al almacén. Pero los policías sólo se quedaron 15 minutos, hasta que recibieron otra llamada para ocuparse de otros incidentes.
Replegados en un callejón a pocos metros, los atacantes no tardaron en volver a la carga. Contreras corrió en busca de ayuda, bajo una catarata de cascotes. Su mujer, embarazada de cuatro meses, resistió desde adentro del local tirando botellas de cerveza hacia afuera. La violencia sólo cedió cuando reaparecieron un par de policías. Entonces sí, el grupo se dispersó velozmente por una callecita lateral.
 
Al día siguiente, colocó volquetes para proteger el frente. Foto: LA NACION / Marcelo Manera
"Pudimos resistir y no se llevaron casi nada, pero todavía estoy asustado, asustadísimo. Y mi mujer está peor, llena de moretones", relata Contreras a LA NACION, mientras muestra las lastimaduras en las piernas de la joven. Blas habla lento. Elige las palabras. En el acento sobrevive, casi intacto, el sello de su tierra natal.
Ya es sábado. La ciudad intenta recobrar de a poco la calma. El almacén, que se llama Contreras, como él, sigue cerrado.
"No voy a abrir hasta que no me pongan un móvil", asegura Blas. O Leo. Lo que cuenta enseguida lo convence de perder el optimismo.
"Les pagué 3000 pesos a dos policías para que se quedaran acá enfrente, pero duraron 15 minutos y se fueron. Hasta pan dulce y sidra me pidieron", reconstruye, molesto. La transacción, afirma, ocurrió el viernes al borde del anochecer, cuando los vecinos se preparaban para otra noche difícil, que finalmente transcurrió mucho más tranquila de lo esperado.
Blas se acomoda la venda que le cubre parte de la oreja derecha. La cinta adhesiva está cubierta de sangre. No quiso que lo llevaran al hospital para no dejar solo el local. Cuando pudo acercarse a una ambulancia, ya era tarde: habían pasado más de seis horas desde el ataque y ya no podían coserle la herida.
Pese al susto y a la amargura , Contreras agradece la solidaridad de sus vecinos, que pasan para ponerse a su disposición. Uno de ellos, soldador, blindó la reja del frente.
"Sos el héroe de la cuadra", le dice Mary, después de pasarle su número de celular "por cualquier cosa". La mujer habla desde atrás de uno de los tres volquetes que atraviesan la fachada del local. "Además de por el esfuerzo perdido, me duele porque conozco a casi todos los que trataron de robarme. Les vendo todos los días", se lamenta Blas desde el otro lado de la reja.