(Por Pablo Blanco – Legislador
UCR).
Hace 30 años todos los argentinos
recuperábamos la democracia. Raúl Alfonsín se alzaba con una victoria
contundente que pocos se imaginaban. Yo lo viví, yo estuve allí, yo tuve el
orgullo de formar parte del radicalismo desde la primera hora y de que el mejor
presidente de esta era democrática me considere se amigo. Así que, desde esta
columna de opinión, admito que no podré ser demasiado neutral aunque haré un
pequeño esfuerzo por rescatar aquellas cosas que me parecen objetivamente
irrefutables y que han constituido un beneficio para todos.
Si Alfonsín no hubiese ganado, jamás
hubiera habido juicio a las Juntas. Sí el radicalismo no hubiese triunfado,
Ítalo Lúder hubiese apoyado la auto-amnistía que los militares se dieron y no
hubiera existido el NUNCA MÁS. Este fue el principio fundacional de la
democracia que hoy disfrutamos aunque algunos miopes crean que bajar el cuadro
de un genocida cuando ya estaba condenado tiene más valor que haberse
enfrentado a ellos cuando aún tenían las armas en la mano.
El 30 de octubre de 1983 el pueblo
eligió dejar el pasado atrás, descorrer el velo del horror, restituir los
derechos conculcados, echar luz sobre la verdad histórica y meter presos a los
responsables de los vejámenes más atroces que cualquiera pueda imaginar. De
pronto, nos supimos dueños de nuestro destino; artífices de un futuro
promisorio que aún estaría lleno de acechanzas.
Pero Don Raúl no aflojó. Tuvo mano firme
frente a 13 paros nacionales que le hicieron los mismos que hoy le ponen el
mote de destituyente a cualquiera que reclame cosas tan simples como pretender
la alternancia o se atreva a decir en público que el relato del gobierno no es
más que una mentira que tergiversa la historia.
Alfonsín y el ´83 son el símbolo de una
Argentina superadora. Son la expresión de una voluntad de unión nacional con
justicia y sin rencores. Son la antítesis de lo que este gobierno que se va en
2015 ha promovido; son la convicción plena de que nada bueno puede construirse
acentuando las divisiones y descalificando a los circunstanciales adversarios.
El país no se construye con medio país. Se construye entero.
Esto es lo que el kirchnerismo no
comprendió ni quiso comprender. Se propuso sacar de la cancha política e
ideológica a los que no piensan igual; querían la unanimidad y cuando tuvieron
el 54% de los votos dieron por clausurado el diálogo. ¿Recuerdan? Fue ayer
nomás: se nos reían en la cara. ¿Inflación? Para ellos se trataba de
movimientos de precios generados por empresarios desestabilizadores. ¿La
inseguridad? Una “sensación”.
El resultado global de las elecciones de
este domingo vuelve a mostrar la madurez del pueblo, su aversión a la
unanimidad y el regreso de los valores republicanos que Alfonsín simbolizó en
1983.
Claro, esto no quiere decir que el 27
haya ganado el radicalismo ni mucho menos. Quien ganó fue el país. ¿Por qué?
Porque estalló el relato, se acabo el sueño de Cristina eterna y se puso fin a
una década de atropello y búsqueda desenfrenada de la concentración del poder,
del capitalismo de amigos y la deliberada confusión entre “progresismo” y
latrocinio estatal favoreciendo a la especulación en vez del trabajo. Se acabo
la mentira de gobernar por derecha con gestos y en nombre de la izquierda.
Gobernar quiere decir servir al público, jamás apropiarse del Estado.
El domingo fui a votar y no se pueden
imaginar la emoción que fue para mí ver a padres y madres llevando a sus hijos
chiquitos al cuarto oscuro, pidiéndoles permiso a los jefes de mesa para
ingresar con ellos en las aulas para que fueran testigos directos de la
democracia en acción.
Raúl Alfonsín quería eso: que la
democracia sea una fiesta emotiva y responsable; que se vote con
responsabilidad y alegría. Que se sepa que el futuro estaba en manos de cada
uno de nosotros.
Él nos prometió 100 años de democracia
ininterrumpida. Y estoy absolutamente persuadido, como diría él, que estamos en
el buen camino y que lo vamos a conseguir.
A 30 años de aquella magnífica jornada
que nos devolvió el protagonismo, celebremos la dicha de vivir en democracia,
único medio de garantizar el progreso por medio del diálogo, la cooperación y
la alternancia en el poder. ¡Viva la democracia de todos y para todos los
argentinos!